En general, tendemos a pensar el ambientalismo como una preocupación por los desechos, la conservación de los animales o el calentamiento global. Así, los primeros datos que aparecen son el millón de bolsas plásticas que se generan por minuto, las 19.817 especies que están en peligro de extinción o las variaciones ascendentes en la temperatura del planeta. Pero a estas ideas inmediatas les falta algo muy importante: el lugar de las sociedades en la resolución de esos problemas. Es decir: pensar un ambientalismo con una perspectiva social.
En 2006, en pleno conflicto por la instalación de las papeleras de Botnia junto al río Uruguay y a pocos días de la Navidad, una manifestante le dijo a la prensa: “Papá Noel se va a morir”. De una forma algo radical, lo que la mujer intentaba explicar, es que la contaminación de las aguas que dividen el territorio argentino del uruguayo y la vida cotidiana de los habitantes de ambos países no van por dos carriles distintos. Muy por el contrario, esa vida, se desarrolla en el ambiente que las sociedades contaminan. Y también, en el planeta en el que vive Papá Noel.
Es incorrecto pensar a la sociedad y al medio ambiente como cosas separadas y en tensión. Si se plantea de esta manera, se pierden de vista las graves consecuencias que la degradación ambiental trae a las personas. Y, como muchos otros conflictos -también se vio durante la pandemia- estos fenómenos afectan en mayor medida a los sectores más vulnerables de una sociedad de por sí desigual.
Cada año, miles de comunidades deben trasladarse y abandonar sus hogares a causa de los desastres ambientales. Actualmente, en el mundo existen unos 64 millones de refugiados climáticos, es decir, personas que tuvieron que dejar sus hogares por las consecuencias del calentamiento global, como deforestaciones, desertizaciones y catástrofes naturales. Los datos del IPCC, el órgano internacional encargado de evaluar los conocimientos científicos relativos al cambio climático, son alarmantes. Según la entidad, si no se actúa de forma ágil y en el corto plazo para el año 2050, esta cifra puede llegar a los 1.000 millones de refugiados.
Otra idea muy extendida en relación al ambientalismo es la que vincula a la agenda de la sustentabilidad con una preocupación de las elites. Si bien está visto que los sectores más privilegiados impulsan iniciativas desde el mercado que parecen tener un “sello verde”, queda claro que su impacto es muy limitado. Es que para lograr transformaciones sistémicas no alcanza con hoteles boutique eco-sustentables y countries cuya energía proviene de paneles solares.
Para conseguir verdaderos cambios es necesario apuntar a mayor escala. Así, se deben cambiar tanto el modelo de producción como el de consumo y desarrollar soluciones que no dejen a nadie afuera. Por fortuna, América Latina tiene sobradas experiencias de ambientalismo popular. Apenas un ejemplo son las 4 millones de recuperadoras y recuperadores urbanos que trabajan cada día para aumentar el volumen de desechos que se reciclan. Pero aunque el impacto ambiental de la tarea que realizan es muy positivo para nuestras ciudades, esta es apenas una de las muchas iniciativas que los gobiernos deben implementar para reducir la degradación del ambiente a nivel global.
Construir una justicia ambiental que incluya a todos y tenga una perspectiva social es una necesidad inmediata. No se trata de evitar las consecuencias a futuro, sino de cambiar una realidad que, en el presente, resulta sumamente hostil para algunas comunidades.
Además de las millones de personas que ya son refugiados ambientales, si salimos de las ciudades y pensamos en el Amazonas, podemos encontrar cientos de comunidades indígenas amenazadas por distintos focos de incendios. De hecho, estas comunidades trabajan en la detección temprana del fuego y colaboran en preservar la biodiversidad de la zona.
Los científicos son muy claros: si continuamos viviendo como si los recursos fueran infinitos y renovables, no sólo continuarán las catástrofes que vimos en los últimos años, sino que además, nos encaminamos a un futuro de colapso ambiental y humanitario. Por eso, necesitamos pensar un ambientalismo con foco en las personas, que se ajuste a las demandas de América Latina, y que contemple la justicia social y los derechos humanos. ¿Hay un ambientalismo posible sin esta perspectiva? Existe, pero se trata simplemente de jardinería.
Alfonso Aguilera
Impactodigital.org